Pablo Falero,Viaje por las entrañas y el alma de un grande
(NOTA DE ARCHIVO)
Cada respuesta de Pablo Falero,
sobre todo cada monólogo introspectivo, ofrece un título. Eso pasó
ahora. Entonces una charla alejada de los desarrollos, de las
contingencias de una carrera, se convierte, gracias al personaje que
invariablemente declara sin tapujos, en un viaje por el interior de uno
de los más grandes jockeys de la historia, y uno de los mejores del
presente.
una coyuntura, un motivo para
empezar por el costado sensible. Hace una semana murió su padre y Pablo
estaba en Uruguay, como si Rubén lo hubiera esperado. Como si los
meniscos rotos hayan empujado al jockey a dejar la fusta ahora, justo
ahora.
“Mi papá tenía 78 años. Vivió
siempre en el campo y cuando se vino al hipódromo de Colonia también era
campo, un lugar húmedo. Después de jubilarse fue peor para él. Hacía
rato que venía luchando, más que nada con problemas en la cabeza. Fui
porque quería verlo; llegué el sábado a la mañana, lo vi y a la hora
falleció. Estaba muy desgastado, muy flaco, casi no hablaba, daba pena
verlo. La tengo a mi mamá allá, Elba, tiene 70.” El hombre curtido y el
desenlace previsible desde hace tiempo, barnizan el momento. Acaba de
correrse la quinta, el sábado. Falero ganó con Joliesse, una potranca de
La Quebrada que debutaba.
“Mi papá fue hombre de campo,
capataz de estancia y yo me crié en el campo, iba a la escuela a
caballo. Había allí un haras, se llama El Recreo, creo que todavía
funciona, pero mi papá nunca estuvo del lado de los caballos, sino en el
de la estancia. Mi contacto con el caballo de carrera lo tuve en el
hipódromo. Cuando tenía 14 años él tenía 44 y se fue para el hipódromo
de Colonia. Mis hermanas entraron en la Secundaria y había que estar más
cerca de la ciudad entonces mi papá consiguió trabajo en el hipódromo,
al que lo llevó un vecino de la estancia, que era el presidente y donde
mi padrino, Enrique Dibar, era quien organizaba las carreras, el
handicapper. Yo iba al Secundario en una escuela agraria que quedaba en
otra ciudad, pero nunca terminé. Rubén vino unas cuantas veces a Buenos
Aires, pero se había desmejorado tanto que hacía como tres años que no
se cruzaba”.
Son días de dolores físicos
también, para Falero. Menos duros, por pasajeros y porque los huesos
sueldan, como bien lo sabe un jockey.
“Tengo los meniscos rotos. Me
tengo que operar de las dos rodillas. Me atiende el doctor Contepomi, el
padre de los rugbiers. Me dijo ‘operé a mi hijo y a los 20 días estaba
jugando’. Es por el desgaste, se van afinando los meniscos hasta que se
parten. Ahora molesta, estoy con las rodillas inflamadas. Me prescribió
seis inyecciones, me di sólo tres, porque te hacen retener líquidos.
Llegué a Uruguay y pesaba 59kg. De vuelta me volví a pesar y había
bajado a 54,800. Dejé las gaseosas, tomo sólo agua y comí poco. Hace dos
sábados, al terminar la reunión, quedé para muletas, no podía caminar.
Ya me había pasado lo mismo cuando me golpeé una rodilla; ahí sí anduve
con muletas. Fui a un quiropráctico, había que desinflamar y paré 20
días. Aquel sábado me querían dar 48 horas de reposo, pero preferí
tratarme y fui a la clínica. Con la resonancia me aconsejaron operar. No
fui a trabajar este lunes, el día de más trabajo; hacía dos días que
había muerto mi papá. El martes estaba con un poco de miedo, me puse una
rodillera y ya no me molestó. Y en carrera, bien”.
El final del relato será en el
quirófano. Las rodillas dirán hasta cuándo aguantan. Pablo no habla de
plazos, prefiere hablar del presente. “Estoy bien, con Vacación, Santa
María, Garabo, Frenkel, el mismo cuadro armado siempre y lo que se da se
da. Hubo ofertas distintas en el pasado, buenas, mejores; no me
interesó cambiar. Y fueron ofertas grandes, para dejar lo que tengo;
había un acuerdo pequeño con Firmamento para correr cuando podía a Carly
y Mauro, ahora Carly solo. Estaba la opción de ser tercera monta pero
no tiene sentido, a esta altura. Hace veinte años que le corro a
Vacación y hay cosas que no las paga el dinero: la confianza, el cariño,
el aprecio [los ojos se humedecen, la voz amaga quebrarse]. Dentro de
un año y medio cumplo 50 ¿cuánto tiempo más voy a estar acá, arriba?
¿Qué puedo hacer en dos años que ya no haya hecho? No puedo hacer un
cambio brusco y arruinar lo que soy como persona, todo lo que remé
durante treinta años no lo voy a ensuciar por ganar 100.000 dólares más.
Siempre traté de ser fiel y honesto”.
SIEMPRE EN VACACIÓN, POR POCO EN UNA PETROLERA
Aquella referencia lleva al nombre
al que está ligado más firmemente. Tanto que no se puede pensar el uno
sin el otro. “Desde que me senté con Vacación siempre trabajé muy
cómodo: Yo era muy tímido, hablaba muy poco, no tenía tanta experiencia,
pero siempre puse los puntos claros sobre lo que era y lo que iba a
hacer con ellos, me hice entender bien. Lo único que les dije es que iba
a decir lo que a mí me parecía, siempre, no lo que ellos querían
escuchar. Cuando me equivoco, me equivoco yo. Cuando un caballo sirve lo
voy a decir y si me equivoco lo admitiré. Lo mismo en un desarrollo,
voy a ser el primero en criticarme, jamás le voy a echar la culpa al
caballo ni a un tercero si es mía. Tuve mucha confianza con Luis Lottero
y cuando se fue me produjo un dolor grande.”
A partir de la escisión del haras y
la caballeriza, que dio lugar al nacimiento de La Esperanza, de Raúl
Lottero, el cambio de dueños de Vacación fue algo traumático sólo en el
comienzo. “No conocía a Pablo Zabaleta; con el paso del tiempo lo fui
conociendo y en algunas charlas me hizo entender el aprecio y la
confianza que me tiene; ha sido muy frontal también. ‘Yo pensaba que
debía explicarte cosas, como qué hacer con los caballos’, le dije, ‘pero
cuando te empecé a conocer me di cuenta de que era todo lo contrario y
que hubiese sido un maleducado si lo hubiera hecho’. Así hablamos, muy
abiertamente, desde el principio. Pablo es abogado, sabe manejar las
situaciones y a los dos años de conocerlo me ofreció sacarme del turf,
para dirigir una empresa petrolera; eso me dejó entrever que por
entonces quería dejar todo, pero después cambió e hizo el camino
inverso, dejó un poco de lado su empresa y comenzó a dedicarse más a los
caballos. Ahora me dice que está esperando que yo deje para que me
quede con los caballos.
-¿Y vos que respondés?
-Siiii (muy enfático), voy a ser
cuidador. Es difícil. Creo que aparte de que cuando me baje le voy a
cuidar a Vacación, voy a tener mucho apoyo de caballerizas más chicas,
con las que me porté bien en mi trayectoria y ya me han dicho ‘el día
que cuides avisame’.
-¿Eso lo ves lejano?
-No lo quisiera ver. Lo que vivo
arriba no sé si lo tendré cuando me baje. Es una prueba que no quiero
pasar mientras el físico me dé.
-Pero tenés armas de sobra para afrontar esa prueba.
-Soy muy observador y trato de
expresarle al entrenador lo que yo veo y siento desde arriba. Muchas
veces doy explicaciones de más y no sé si habrá algún jockey que me
pueda dar eso. Por ahí lo voy a entender más fácil, porque el que estuvo
en la montura tiene otro panorama que el que no estuvo, supongo. Y
después hay que manejar a los que trabajan con uno. Que la gente te
admire como a Carly Etchechoury; sus empleados, del primero al último,
lo admiran, te das cuenta fácilmente. Pero cuando te tiene que cagar a
pedos te caga a pedos, yo lo he visto.
-¿Y a quién quisieras parecerte, como entrenador, de quién te sentís más cerca?
-Siempre me gustó ser yo. Miré a
uno a otro, todo lo aprendí observando y me destaqué siendo yo. El Gato
Mansilla dice ‘Pablo tiene un ídolo y es él, si hay alguien al que
admira es a él’. No tenés que remedar a nadie, sino tratar de ser el
mejor. Tengo millones para ver, he trabajado con millones y ¿sabés qué
distintos son los libretos de todos?
-Pero quizá se termine esto de que
te paren para sacarse una foto con vos. (Uno lo ve tan arriba en la
autoestima que no mide el golpe bajo. Y Pablo lo siente, hace una pausa,
los ojos brillan de nuevo. Acababa de pasarle tras el millonésimo
pesaje triunfal. No era la intención).
-Y bueno, ya me sacaron bastantes fotos (contesta por fin, sonriendo). Todo llega y todo pasa.
“GANABA DOS CARRERAS POR REUNIÓN EN EL LIVING”
Se le señala el televisor, con las
carreras de Palermo, en vivo. Falero es una leyenda en sí, pero vale la
pena saber si eso que todos decimos, sobre su conocimiento de los
rivales, es una leyenda aparte.
-¿Eso lo seguís haciendo?
-No, ya no miro tantas carreras,
salvo algún caso puntual. Desde hace dos años agarro la revista y con
eso me alcanza. Antes no lo hacía. Soy de conocer bastante los caballos,
a lo mejor no sé los nombres ni de quiénes son, pero tengo buena
memoria visual. ¿Sabés qué me ayudaba mucho?, la revista ‘Puros de
Carreras’, la diaria y la página web. La tabulada te daba todo, jockey y
cuidador de esa carrera, sin ir al programa para comprobar si lo
montaba el mismo de las anteriores. Una ayuda memoria, desde mi punto de
vista. No había comentario de cada caballo, pero en aquel sentido me
ayudaba mucho.
-Vos podés predecir lo que hará un caballo, ¿podés predecir lo que va a hacer un colega tuyo, el jockey?
-Muchas veces, desde que era muy
joven. En Uruguay se publicaba ‘El Diario’, que salía la noche anterior a
las reuniones con un suplemento, ‘La Biblia Burrera’, y traía un
comentario carrera por carrera, con algo de tabulada. Yo tomaba mate y
me ganaba dos carreras sentado en el living de mi casa. Manejaba los
desarrollos sentado a la mesa. Conocía todos los caballos, todos los
jockeys y qué iba a hacer cada uno. Había muchos menos caballos y
jinetes, claro. Cuando a mí se me ponía que a alguno no le podía ganar,
quedate tranquilo que no le ganaba. Siempre tuve una buena visión.
-Lo que se ve de afuera es que nunca diferenciaste carreras comunes de clásicos, en ese sentido.
-El Pellegrini de Guarachero lo
gané un mes antes, soñándolo todas las noches. Y con el de Storm Mayor
hice el relato quince días antes por ESPN. Me grabaron en una camioneta,
con los palafreneros de San Isidro. Iba con el micrófono contando cómo
se corría un Pellegrini. Por dentro, buscando libertad para atropellar
en los últimos 300, el cambio de mano, y si ganás festejar con todo… Lo
corrí así.
Pablo Falero empezó la charla con
lo que le dejó su padre y la cierra con los nietos, los hijos de sus
hijas con Adrián Giannetti y Jorge Gustavo Ruiz Díaz. “Puede que corran,
son tres. El de Adrián parece que va a ser chico”.
-¿Y qué harías si fueran jockeys?
-Nada, sufrir. Siempre digo que
cada uno tiene que hacer lo que le gusta para hacerlo bien. Yo tengo esa
suerte. Nadie me lo inculcó ni me lo vaticinó. A los 14 estaba en medio
del campo y no había cumplido 15 que ya estaba corriendo. A veces las
cosas se dan por pura casualidad, pero yo puse mi inteligencia y mi
pasión por lo que hago para el triunfo y traté de mejorar día a día.
Copié y miré a todos. Tuve la suerte de correr con muy buenos jockeys.
-¿Y a Gustavo (Ruiz Díaz) lo aconsejás?
-Siempre que él me lo pide, con
todo gusto. Varias veces lo hizo. Pero cada persona tiene distintos
modos de pensar. Mi manera fue pensar para adelante, mi visión estaba
bien lejos, nunca trabajé para hoy. No me interesa ganar quince carreras
ahora, sino 200 en el año, y apunté a montar a los que me dieran
posibilidad de ganar más de una carrera. Traté de ser fiel a la gente
que confió en mí en cada momento.
-¿Qué opinás sobre la llegada de jockeys extranjeros, habiendo sido uno de ellos hace 25 años?
-Soy parte de eso y cuando me
consultan mis colegas y me dicen vos sos de los nuestros les digo que
no. Vine y me gané un lugar al que nunca creí que podía llegar. Me costó
mucho y creo que los jockeys llegan a este país para ganarse un lugar y
trabajan para ganarse ese lugar, por eso lo encuentran. Tienen
ambición. Cuando uno sale de su país es para mejorar y para eso hay que
trabajar. Hoy la juventud es igual en todos los órdenes: quiere ganar
mucho y trabajar poco. Eso hace que las trayectorias de algunos sean más
cortas.
El uruguayo promete mirar el video
de Jacinto Herrera ganando un carrerón en Penn National, Estados
Unidos, hace un par de días. “Eso es pasión. Un día me senté con el
médico acá, en Palermo, y le dije: ‘Cuando un jockey se caiga y se
estropee mal, nunca le diga que no va a volver a correr, que no podrá
caminar, porque no se va a recuperar’. Nuestros cuerpos son
privilegiados, pasan por cosas muy fuertes. Yo tengo casi 50 años,
Ricardo ya los pasó, quiero ver si tipos de esta edad con las lesiones
que sufrimos nosotros tienen este estado. Creo que eso y la experiencia
hacen que puedas manejar todo. Tu cabeza hace eso. Corro dieciséis
carreras y me voy a mi casa como si tal cosa. Nunca fui un jockey de
gran exigencia, siempre manejé la fuerza del caballo y no la mía. A lo
mejor eso me permita seguir más tiempo. A los 48 años me siento muy
bien, a los 20 no es que tenía más fuerza, sino que me faltaba la
experiencia de ahora.
Con
la pena encima, con los meniscos rotos adentro, Pablo Falero sigue
dando cátedra de cómo se corre un sangre pura de carrera. Pero sobre
todo, ofrece clases de profesionalismo.
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