jueves, 13 de abril de 2017



Aprendices de jockeys: huir de la pobreza al galope en Argentina

 

 El profesor Jorge Caro Araya entrena a Romina Villegas mientras practica en el caballo de carreras mecánico en la escuela en el Jockey Club de San Isidro en las afueras de Buenos Aires, el 5 de diciembre de 2016. JUAN MABROMATA AFP/Getty Images América Latina

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Duermen en un cobertizo y limpian los caballos en el hipódromo de San Isidro, en las afueras de Buenos Aires, impulsados por el deseo de salir de la pobreza montados en un pura sangre y ganarse la vida como jockeys profesionales.

Son los aprendices de la escuela de jinetes, chicos menudos que vienen de hogares sin recursos, muchos del campo. Allí pasan un año y medio empapándose del oficio mientras trabajan sin descanso ganando unos 40 pesos (2,5 dólares) por día por ejercitar zainos y alazanes.

Algún día cobrarán 5,000 pesos (unos 300 dólares) si cruzan el disco en el primer lugar. Unos pocos elegidos ganarán una cifra millonaria si triunfan en el Gran Premio Carlos Pellegrini, uno de los más importantes del mundo, que se corre cada diciembre en Argentina.

“A los 10 años ya corría carreras ‘cuadreras'”, cuenta Kevin Banegas, flamante egresado de 16 años, en referencia a las carreras por calles de tierra en pueblos donde “vale todo”.

Con las primeras luces del alba, Kevin se calza casco y chaquetilla y salta a la montura de un zaino colorado. Empieza a “varearlo”, es decir, a ejercitarlo.

“¡Así juntaba dinero yo para vivir! No tenía un peso porque mi mamá apenas me daba para el autobús”, recuerda por su parte Lucas Berticelli, de 23 e hijo de una profesora de matemáticas a domicilio.

Lucas ya ganó decenas de carreras. “Tiene un gran futuro”, augura Héctor Libré (67), director de la escuela y otrora un jockey exitoso.

Pero Libré es también maestro, guía, padre y consejero de los jóvenes. Lo respetan y adoran, pese a sus sentencias lapidarias: “El chico que pierde la humildad está condenado al fracaso”. Alumnos suyos llevan ganadas más de 8,600 carreras en 12 años.

“Nací en el campo. Tengo cuatro hermanos. Papá y mamá trabajan muy duro. Mi sueño siempre fue correr en el hipódromo y vivir de eso”, cuenta William Pereyra, de 22 años, uno de los aspirantes de la Escuela de Jockeys Aprendices del Jockey Club.

Con caballerizas de paredes blancas y techos de tejas rojas, en medio de calles internas arboladas, el Jockey Club es la ciudad del turf en las afueras la gran ciudad. Buenos Aires es la meca y Argentina unos de los países líderes en circos hípicos. Hay más de 1,500 empleados y 2,000 ejemplares de la raza corredora creada hace tres siglos en Inglaterra.

Los aprendices limpian los studs. Alimentan y cepillan a los caballos. “Los acaricio, les hablo. Si están nerviosos, no corren bien”, confía Gustavo Villalba, de 19 años, que ya ganó 150 carreras.

“¿Alguna vez sienten miedo?”. “Noooo”, responden al unísono sentados al mediodía en los bancos del aula. “Si tenés miedo, no podés montar”, pontifica Lucas López, un chico de 18 años hijo de un modesto entrenador.

Pero ellos saben de caídas. “El primer caballo que monté me enterró en el barro”, rememora Martín González (25). “El día que iba a debutar en el Hipódromo, trotando, me rompí la clavícula”, agrega. De niño cuidaba ovejas en el campo, ahora lleva 140 carreras ganadas.

En el aula cuelga un gran cartel: “Las carreras las ganan los caballos”, frase a prueba de vanidosos. En otra sala se suben al caballo de madera. Libré los azuza: “¡Pegue con la fusta!”, “¡Cámbiela de manos!”, “¡Apriete las rodillas!”, “¡Párese en los estribos!”. Los chicos obedecen.

De las ganancias de las apuestas, los jockeys se quedan con un 9%. El resto se lo embolsan los patrones. Entre unos y otros ingresos, Gustavo Villalba, otro estudiante, aspira a lograr su meta: “No pienso ser el Messi de los jockeys. Si Dios quiere, pienso en ganar plata y comprarme una casa. Mi casa”.

Daniel MEROLLA/AFP
http://www.elnuevoherald.com

By:   Constanza Pulgar - De Turf un Poco

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