Retazos del libro “Mentiras” (XXI)
Retomamos la trama de “Mentiras”, homenajeando a dos grandes amigos como “Cacho” Milanesa y el Profesor Barbano, timberos y burreros al mil por mil.
“CACHO” MILANESA Y EL PROFESOR BARBANO
Con “Cacho”
Tittarelli, nos conocíamos de pibes, su papá tenía a la vuelta de casa un
boliche con cancha de bochas, donde se jugaba por plata, parando en ese lugar
varios pasadores de juego. Todavía con pantalones cortos, a algún numerito le
poníamos diez o veinte guitas.
Oscarcito, con el tiempo,
tuvo negocios de distinta índole, y a poco de casarse instaló el “Dante”,
conocido como “El Rey de la
Milanesa”, donde 15 mesas resultaban insuficiente a toda
hora; se había puesto de moda, por calidad del servicio y precios accesibles.
Las cosas le iban fenómeno.
Puso sucursal en
Mar del Plata, donde se arruinó, no por el negocio en sí, sino por continuas
visitas al Casino; debió vender en la costa y también en La Plata, pero más tarde
inauguró lujosa casa de “Comidas para Llevar” en el Centro, con un par de
socios, aunque la suerte le fue esquiva. Siguió con fe inquebrantable,
instalando por su cuenta el mismo negocio, en la esquina de 47 y 22. La buena
atención (él, su señora, la hija y el yerno), comidas caseras, por sobre todo
una limpieza fenomenal, y en poco tiempo nuevamente pasó “de perro a escopeta”.
Tanta fue la evolución, que en menos de dos años, se hizo propietario de
caballos de carrera (tuvo al tordillo Medium), dándole al chileno Jorge
Caro Caro, la oportunidad de lograr su primer triunfo como cuidador en este
país.
En el garaje del
comercio, nos reuníamos lunes y viernes después del mediodía, en memorables
partidas de tutte paso. Ni bien cerraba para la atención al público, “nos
atendíamos” con algún postrecito y buscábamos lugar (no sea cosa, ante muchas
“piernas”, de quedar afuera). Casi siempre yo era el primero, a las patitas
llegaba “Cacho” Frazer (suertudo propietario de SPC y dueño de un haras
cerca del Arroyo Carnaval), y luego, según los días, venían Carlitos
Calarrota (dueño de la parrilla de 50 y 122 y yerno del gran cronometrista Marquitos
Torres), el contador Eduardo, el relator de fútbol Pablo Zaro,
el “Puntano” Peralta” y el sanjuanino Barbano. En el “segundo
turno”, a eso de las 19.00, cuando “Cacho Milanesa” –lo habíamos apodado
así-, debía atender la numerosa clientela, hasta las 22.00 aproximadamente,
junándonos en algún descanso cuando aprovechaba a tomar unos verdes (está por
demás decir, la pava estaba siempre en el fuego). De cada “codillo” se sacaba
un poroto, a las 17.00 ya eran muchos, con eso se jugaba en la Tómbola de Montevideo
–única jugada de la tarde-, “escaleras” con cualquier número, repitiéndose
luego a la noche (se sacaba al “cero” llevándome la “cañota”, además, algunos
“empujaban” en forma particular).
Estaba pactado,
cuando “Cacho” cerraba el negocio, alguno debía levantarse pues sino el
dueño nos echaba. A esa hora hacíamos un paréntesis, teníamos pollo al spiedo,
asado o lechón cortado, para llenar el estómago y continuar hasta el amanecer.
El lugar era súper
cómodo, la radio sólo se prendía para escuchar la quiniela. Una oportunidad, en
pleno invierno, en la entrada interna que se comunicaba con el negocio, pese al
calor que daba la cocina con todas sus hornallas prendidas, nos quejamos del
frío; eso fue el lunes, y el viernes siguiente, sobre la pared, el dueño de
casa instaló potente pantalla de infrarrojos, agrandándose al máximo (también
le decían “Petiso”), y nos recibió diciendo: “ahí tienen, giles”,
además cuándo llegábamos, gustaba decirle a su señora: “Negra, hacé unos
mates, vinieron los muchachos a escolasear”.
El día del estreno
del “calentador”, prendido en el segundo turno, la mesa la componíamos “Cacho”,
yo, Lombardi y Barbano, a quien el artefacto le daba en la
espalda; llevábamos más de media hora de juego, cuando seriamente escuchamos
decir a Barbano: “Cacho, déme vuelta, de este lado
ya estoy...”; la risa duró un vagón, el recuerdo de ese dicho, por
siempre.
Barbano
había venido a La Plata
de su San Juan natal a estudiar Medicina, “bancado” por su padre, importante
bodeguero en la zona cuyana, incluyendo fraccionamiento y distribución en
Capital Federal, de los cobros locales se encargaba Barbano. El primer
año de facultad fue bárbaro, tanto él como su compañero de departamento
(bacanazo), metieron materias a lo loco, tanto fue el éxito, que el otro se
recibió, volviéndose a Entre Ríos. Luego de pasar las vacaciones en la estancia
de su familia, en los primeros días de marzo, Barbano regresó a la
ciudad de las diagonales, abocándose enseguida a buscar compañero de bulín, no
por salvar la mitad de los gastos (con los giros y algo del cobro, estaba súper
cómodo), sino para tener compañía y hacer más llevadero el encierro leyendo y
leyendo. Su hobby era el cine, invariablemente jueves y domingo no se perdía
película, y si se estrenaba alguna interesante también concurría. Pero hete
aquí, su nuevo compinche nada de biógrafo, sino era apasionado de las carreras
y cualquier tipo de escolazo, y como era lógico suponer, Barbano dejó el
cine por los burros, los miércoles temprano salía a comprar La Fija Blanca,
los viernes compraba billetes de lotería, conociendo poco a poco banqueros de
carreras y quiniela, a quienes todos los días les daba un encargue. Los sábados
firme en Palermo, al poco tiempo, con su gran inteligencia, sabía todos los
secretos, cambiando el nombre de los huesos y el fémur, por el árbol
genealógico de los pura sangre; ya en las carreras, solía llegarse hasta el
Palco de Periodistas, escuchándolo opinar como experto: “Este es nieto de
Patito, que comía barro, seguramente andará bien en la pesada”.
Ese año solamente pegó dos materias, en las vacaciones
sanjuaninas “batió” dos, pero no las aprobadas, sino las que daría ahora en
marzo, del resto mintió y “las pasó” con buenas notas. Para rendir esas “dos” volvió
a mediados de febrero, partiendo con su compañero a Mar del Plata, tentado
ahora por la ruleta; este juego le prendió mucho, llegando con los años a
escribir libro sobre distintas martingalas, practicadas en su ruleta particular
durante mucho tiempo.
Por más de ser muy
medido en sus jugadas y tener vento groso, la del giro no alcanzaba y empezó a
atrasarse en el pago de la mensualidad, debiendo recurrir a los distintos
cobros de las distribuidoras del vino, “pedaleando” con gran calidad, “atrasando”
y culpando a los comerciantes en informes al padre.
Se fue a vivir a
Villa Elisa, fueron muchos los miércoles que lo “levantábamos” con Abelito
Amendolara en nuestras excursiones a San Isidro. En el viaje nos explicó: “Para
volver de noche en el coche, no me tengo efe por la vista, por eso salgo al
camino, siempre pasan burreros amigos, con ustedes me saqué la grande, llego
cómodo a la inicial y seguro vuelven después de la última, con otro debo tomar
el tren, pues abandonan más temprano...”.
Está demás decir,
al título de médico, pese a cursar más de 12 años en la Facultad, no lo pudo
alcanzar, quedando a cinco o seis materias de lograrlo. Pero por sus
conocimientos tuvo el consuelo, y el honor, de ser llamado “Profesor” en
todos los sectores del hipódromo.
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