GUERRERO DE MIL BATALLAS
Miguel Vallina: “Ibeman es como mi hijo”
Sebastián Heredia
Su criador y propietario siente en el alma al hijo de Iberal, un ejemplar de neto corte clásico de toda la vida, que cargó con una campaña destacable entre lesiones y un contratiempo complicado en su viaje a Uruguay; su victoria condicional del lunes fue una alegría grande, tanto para los propios como para quienes se encariñaron con el carisma del tordillo
Hay caballos que reciben elogios por su capacidad corredora. Otros, por la fortaleza ante la adversidad. Los hay también de ambas características. Ibeman, que debutó ganando, se convirtió en clásico, luego fue un par de veces gradual, compitió ante la crema de la crema con la guardia bien en alto y superó todo tipo de contratiempos. Es sin lugar a dudas una de esas criaturas capaces de conmover. Así lo siente Miguel Vallina, quien lo reservó para la competencia y el lunes reflejó su alegría junto a todos los que se interesaron desde siempre por el tordillo.
“De destete compré a Tired Girl, por Lazy Boy, porque era hermana materna de Tuozzo. Como en aquel entonces tenía muchos caballos, la mandé a Córdoba, donde hizo segundo en lo mejor de su campaña. Cuando la traje para acá, en mi campo tenía a Tuozzo y a Apple Blossom de padrillos. Éste último estaba enfermo para el momento de servirla, entonces le dimos a Iberal, que estaba en el mismo campo”, cuenta el titular de las sedas “El Mono” hasta el nacimiento de Ibeman.
“Por eso digo que es como mi hijo. Debo haber criado no más de ocho caballos en ese campo. Además, lo es por toda la dedicación, por ser un caballo especial, por todo lo que me dio y me sigue dando. Hizo todo lo que tenía que hacer y más. Me une un sentimiento muy grande”, confesó en la traducción del corazón. Por hípico y apasionado, las palabras le salen naturalmente.
Miguel Vallina acaricia a Ibeman, en una de las tantas alegrías
de su campaña llevada a punta de nobleza (Dupratphoto/PH)
“Si no tenés paciencia, no podés tener caballos. A los buenos hay que esperarlos porque así es que te dan satisfacciones. Cuando tenés algo bueno lo tenés que cuidar mucho. En ese momento no tenía apuro, aunque sí mucha ansiedad. Hacia lo posible por controlarla: era lo mejor tanto para el caballo como para mí”, profundiza Vallina.
Realizó una docena de participaciones en 2011, sólo saliendo del marcador en el Gran Premio Copa de Oro (G1, 2400m), en el pasto de San Isidro. Durante, cuatro primeros, incluyendo los clásicos Italia (G3, 2000m) y Comparación (G2, 2400m); tres segundos (dos graduales); dos terceros, subrayando el Gran Premio San Martín (G1, 1800m); y cuarto en el Gran Premio Hipódromo de Palermo (G1, 1600m).
El siguiente anuario se abrió con un gran nivel ante lo mejor del medio: 3º en el Gran Premio Asociación Latinoamericana de Jockey Clubes (G1, 2100m), del chileno Quick Casablanca y Expressive Halo; y dos turnos después cuarto en el Gran Premio República Argentina (G1, 2000m), a cabeza, hocico y pescuezo del citado Expressive Halo. Con una bolsa suculenta en el Clásico Artigas de Maroñas, en Montevideo, Uruguay, surge la idea de viajar, donde tendría que lidiar contra un rival todavía más difícil: el destino.
“Antes de subir al avión, cuando lo pasaron del camión al box, se trabó y metió las patas abajo. Fue un momento terrible. A Ibeman se le podía ver la carne viva. Viajó de todos modos, pero era imposible que corriera. Estuvo cuatro o cinco días allá. Cuando volvió sabíamos que íbamos a necesitar más paciencia que nunca”, señala todavía con tristeza.
A los siete meses volvió. Hizo dos performances hasta cerrar ese periodo, ambas muy por debajo de su potencial. “Le costó volver. Lo fuimos llevando de a poco, pero se notaba que no era el mismo. Hubo que empezar otra vez”, argumenta por el siguiente parate, que se reanudó en julio de 2013. Le siguió otro par de arrojos no correspondientes con su naturaleza de grupo.
“En esos momentos fue donde sentí que era un caballo con carisma, al que le tenían cariño, de querer. Mucha gente me paraba y me preguntaba por él. Los hípicos cercanos como los desconocidos me deseaban lo mejor. Eso pasa con los caballos diferentes”, expresa en señal de agradecimiento. Mucho de todo ese romance se vivió el lunes en Palermo, cuando Ibeman volvió a la conquista tras dos años y seis meses de sequía y la voluntad como valor superador.
“Cuando reprisó (en un handicap, el 27 de marzo) sabíamos que iba a correr bien, pero le faltaba. Lo iban a sacar de velocidad. Cuando reprisás a un caballo en una carrera difícil es doblemente difícil, pero es ahí donde te sacás algunas dudas. Por eso es que le teníamos mucha confianza en la condicional. Si me preguntás, cuanta más distancia, mejor, pero 1800 metros era una buena prueba”, define sobre la anotación que le devolvió la alegría de ganar a este titán de siete años.
“Cuando vi que se desprendía me puse muy contento, pero todavía más cuando noté que tanta gente lo gritaba”, relata mientras su voz cobra vida de esperanza. “La idea es que el caballo se agrande. Seguramente corramos un handicap en la proximidad. Ahora al caballo no lo tendemos tanto. Ahora da la vuelta al trote, cosa que antes no hacía. La edad le cambió la cabeza”, redondea Miguel Vallina, ese que junto a Ibeman, guerrero de mil batallas, superó todos los obstáculos y más. Es ese hijo que causa orgullo. Es el hijo de cualquier hípico, por noble y corredor, quiera tener.
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