domingo, 18 de febrero de 2018

UNA PASIÓN QUE NO PODRÁN APAGAR

 



“Mi nombre es Rosario Costa, tengo veintiún años, y desde que tengo memoria que tengo contacto con caballos.

La historia es un poco la siguiente: Mi papá es veterinario de carreras. Así cuando era muy chica, lo acompañaba a las guardias del hipódromo (esto ocurría los domingos a las seis de la mañana). No importaba si el frío escarchaba las patas, los caballos salían a varear a las canchas. La gente madrugaba y aprovechaba la mañana.

Peones montando y cuidadores observando. Cronometristas en el techo o en una garita, ellos llevaban los tiempos, fundamental para reconocer talentos.

La actividad no cesaba, ni descansaba. Los caballos se emocionaban, disfrutaban.
Era fácil distinguir los que se incentivaban con competencia de los que tenían espíritu rebelde y solitario. Cada cual con su ritmo. Así era este desfile que podía pasar horas mirando.

Un tiempo después cuando tenía tardes libres iba al campo. A los haras, lugar para cría de futuros corredores. Este resultaba ser un pulmón para cualquiera, ya que se respiraba aire fresco y animales por donde vieras. Pero además era donde ocurrían gestaciones enteras, partos, nacimientos, lactancias, donde corrían potrillos ya exhibiendo su inquietud de vuelo.

Pero para sostener un emprendimiento como ese no sólo hacen falta caballos: se necesitan propietarios, veterinarios, cuidadores, peones, y hasta en algunos casos entrenadores. Además de transportistas, a veces agrónomos, y empresas proveedoras de fardos y demás alimentos necesarios. Y todos esos trabajadores, sólo abarcan los primeros dos años de vida del caballo.

Aprendí mucho en esos años. Aprendí del cuidado del caballo, de los pelajes, de los dolores, y el arte que implicaba entrenarlos e interpretarlos. Los peones, que pasaban horas mirando, tenían verdades que pocos profesionales entendían, es que a veces la experiencia trae más que la escuela.

Tuve la suerte de conocer el Turf en todos sus aspectos; y todo este proceso, apunta a un mismo momento.

Y cuando llega ese encuentro en que el caballo hace sus primeros 1000 metros o la distancia para la que esté corriendo.

Eso, eso es magia.

No hay certezas, ahí quizá sí está un poco el juego. Pero es el juego de volcar tu confianza y a veces hasta tu corazón en un potrillo de carreras. De mimarlo todo lo que puedas. No importa si sos propietario, cuidador, jockey, peón, capataz, sereno o veterinario. Están todos en la misma espera, cultivando paciencia. Es un montón de expectativas juntas, son años y años de esfuerzo, trabajo, miles de personas alrededor, para una carrera, que defina cuál es la esencia. De qué esta hecho ese animal que les hizo creer una vez más.

El día esperado, la campana de largada, el golpe metálico de la gatera, el cronómetro en mano, el ruido de los cascos, las respiraciones agitadas, los caballos volando. Todo se reduce a esto, a ese instante que hace que todo valga la pena.

Recién ahora puedo contarles qué es lo mejor que me enseñó a mí esta actividad hípica implacable. Me enseñó de esperanza, de fe ciega, de amor. Pero sobre todo me enseñó cuál era su motor y el motor del turf, es la pasión.

Es por esto que no fue preocupación lo primero que me ocurrió cuando escuché lo que decían del turf, sino asombro. No veía cómo podía ser reducido a un mero aspecto lúdico algo de tanto valor cultural, humanístico y que tiene muchísimo cuidado animal (a diferencia de muchos otros deportes con caballos).

No es mi intención criticar las decisiones que consideren necesarias, sino ofrecer otra perspectiva de algo que forma parte de nuestra cultura. Y apelar a su sano juicio para comprender lo siguiente: el turf está en la sangre de muchos argentinos y esto no tiene que ver con el juego que la actividad implique.

Rosario Costa
39.804.025
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By: Constanza Pulgar - De Turf Un Poco

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